Campaña electoral, Isaac Cordal, 2011
La ciudad es un invento que viene de antiguo y que probablemente nació de la mano de la Historia. Muy temprano hubo ciudades bellamente planificadas como también hubo, en la mayor parte de los casos, un caos de seres hacinados al calor y a la crueldad que la ciudad, esa vieja entelequia, les ha procurado. Ahora bien, la noción de individuo, como unidad de pensamiento y de acción propios, es algo más moderna. Baudelaire recorrió y observó el París reformado por Haussmann, se dejó arrastrar por la marea urbana, dando origen a un lugar común de la literatura, la filosofía y el arte contemporáneo: la soledad del individuo sumergido en el entorno urbano, la pavorosa capacidad de los grandes núcleos urbanos para engullir la diferencia, para homogeneizar hábitos y ritos, para alimentar la ruina lenta del desarraigo. El escultor Isaac Cordal (Pontevedra, 1974) ha compuesto un interesante discurso artístico de oposición a esa lepra existencial de lo urbano, y lo ha hecho extralimitando el espacio que le es propio –según dicen- al mundo del arte: ha prescindido del museo y de la galería y ha llevado sus esculturas a la calle: unas pequeñas figuras humanas que ya han sido nocturna y alevosamente colocadas en los lugares más insospechados de ciudades como Londres, Vigo, Bruselas, Barcelona, o Berlín.
Follow the leader, Isaac Cordal, 2010
Las esculturas que normalmente pueblan los parques y plazas de nuestras ciudades suelen ser figurativas o radicalmente abstractas, están realizadas en materiales nobles como el bronce o el mármol, a menudo rebosan patetismo, grandilocuencia, o, si son abstractas, es habitual que resulten ininteligibles para el gran público. Raramente son de verdad hermosas o divertidas, y con frecuencia son abiertamente feas e inútiles para otra cosa que no sea ratificar –o para terminar de desmoronar- la memoria de un suceso o de una persona cuyos crímenes o cuyo talento artístico, político, o literario le procuró un hueco en los manuales. Las esculturas de Cordal no miden más de 25 cm, están realizadas con un material tan vulgar como el cemento, y no representan a ninguna persona en particular. En ellas encontramos al ciudadano común: amas de casa que vuelven del supermercado cargadas con bolsas de plástico, o aquel everyman de traje, corbata y maletín del que ya hablamos cuando abordamos las obra de Marcel Ceuppens. Seres que se han detenido, que toman asiento o que contemplan de pie lo que les rodea con asombro o con desánimo, fatigados por la titánica tarea de habitar la enorme ciudad, momentáneamente extraídos del trajín diario, unas veces ausentes hasta de sí mismos y otras pertrechados con unos cómicos flotadores para tomar un baño en un charco o en un área de aparcamiento pintada de azul. Cordal, que ha agrupado estas intervenciones bajo el título general de Eclipses de cemento: el ser humano como parte del mobiliario urbano, adhiere las figuras al suelo o a los muros, luego las fotografía, y finalmente las deja a su suerte, a merced de aquellos ciudadanos que tienen la suerte de cruzarse con estos congéneres, de admirarse, de sonreír por su existencia diminuta y, en el mejor de los casos, de verlos perseverar estoicamente en sus ubicaciones durante varias semanas o meses hasta que los vándalos o el efecto de la intemperie los rompe o los derriba.
Otra piscina pública, Isaac Cordal, 2010
En Untitled III: this is Street Art Gary Shove ha reseñado la obra de Cordal haciendo énfasis, y no sin razón, en la desorbitada fiebre del sector de la construcción de la que España ha sido a la vez víctima y beneficiaria en la última década. La especulación inmobiliaria ha dejado en nuestro país auténticos desiertos de hormigón a medio construir, páramos donde finalmente se ha puesto de relieve la enorme burbuja económica y política que sustentaba un crecimiento no solo falso y peligroso, sino que en términos urbanísticos ha vuelto a ser -una vez más- terriblemente desordenado, medioambientalmente insostenible y profundamente inhumano.
El cemento es uno de los materiales que más traicionan nuestra relación con el entorno que nos rodea. Es la huella del ser humano en el escenario natural, nuestro trazo más reconocible. Una marca que nos invita a creer que la naturaleza es “eso” que vemos en el trayecto que lleva de una ciudad a otra. En el caso de Galicia, que es el lugar de donde yo provengo, la costa se ha transformado en un alargamiento de la ciudad prolongado sin fin. Uno de los puntos de referencia para llevar a cabo estas figuritas fueron aquellas impactantes imágenes del 11-S en las que aparecían muchos ciudadanos que, cubiertos por el polvo y los escombros, quedaron por unos momentos convertidos en parte del mobiliario urbano.
Isaac Cordal
Forest Road , Isaac Cordal, 2010
No obstante, y fuera de su contexto específico, las instalaciones de Cordal no solo tienen un valor claramente universal, sino que el discurso que proponen guarda una relación prácticamente especular con la obra de otro artista norteamericano relativamente poco conocido: Charles Simonds (Nueva York, 1945). Interesado por una visión arqueológica de la arquitectura, es decir, por los vestigios de las antiguas civilizaciones y el modo en que estos reflejan no solo un modo de vida sino un concepción del mundo fijada en el tiempo y sometido a la ruina y a una lenta desaparición, Simonds se aplicó desde comienzos de los años setenta a la creación de falsos vestigios arquitectónicos. Pero a diferencia de artistas como Robert Smithson, cuyos movimientos de tierras pretendían dejar huellas colosales –y por tanto duraderas- en el paisaje, como su Spiral Jetty de 1970, Simonds en cambio escogió la vía de lo pequeño, de lo minucioso, del diorama arquitectónico que casi parece de juguete, creando una serie de obras tituladas Dwellings (moradas), y que el artista presentaba como vestigios de una civilización extinta u oculta a la que llamaba Little People (Gente Pequeña). Y aunque posteriormente Simonds terminó realizando estas obras con el aspecto habitual de una maqueta o de un diorama transportable -y por tanto museable- en la fase más temprana e interesante de estas creaciones, se trataba de intervenciones realizadas en los lugares más recónditos de las calles de Nueva York: en cornisas, solares abandonados, y a veces en meros huecos de muros. Es probable que algunas de aquellas moradas pasaran completamente desapercibidas, por lo que poca oportunidad había en ellas para el ego.
Fotografías que recogen el aspecto y la realización de las primeras Dwellings de Charles Simonds a comienzos de la década de los 70
Como ahora Cordal con sus pequeños ciudadanos, Simonds dejaba aquellas misteriosas viviendas a la intemperie, y, como estaban realizadas con materiales menos duraderos que el cemento de Cordal, quedaban rápidamente sometidas por la lluvia o el viento, cumpliendo y cerrando por completo su papel como vestigios arrasados por el tiempo. De algunas de ellas solo nos quedan fotografías, y en alguna imagen los niños se arremolinan fascinados en torno a la miniatura. Simonds y Cordal articulan su discurso sobre la reducción de la escala, de lo urbano, del hábitat, y resultan además asombrosamente complementarios. Pero allí donde las figuras de Cordal, grises y desamparadas, actuales, despiertan nuestra empatía por medio de una presencia detenida, las moradas de Simonds dibujan el contorno de una ausencia, la huella vacía de un pueblo que emigró o feneció, como otros muchos que en nuestro tiempo emigraron o se extinguieron fatigados por la presión de colonos, de enfermedades, o por la escasez de recursos naturales mal administrados. Sin duda tanto la obra de Cordal como la de Simonds fascinan a los niños (como fascinan al niño que cada adulto, con suerte, aún alberga en su interior), pero en cuanto que mera proposición de una ausencia por reconstruir, las moradas de Simonds invitan a imaginar un tipo de raza diminuta como las que llenan los relatos tradicionales de medio mundo: los Leprechauns en Irlanda, los habitantes de Liliput imaginados por Swift en Los viajes de Gulliver, o los Hobbits de la Tierra Media de J.R.R. Tolkien
Dwellings, Charles Simonds, 1981 (aspecto actual de una de las piezas de un conjunto de tres)
“Puedes aceptar la idea de un raza de Gente Pequeña del mismo modo que aceptas otros muchos hechos consumados necesarios para vivir en la ciudad”, dijo una vez Simonds. La modificación de la escala, ya sea del cuerpo o de la arquitectura, solo es un modo de jugar con la relatividad temporal, espacial y cultural. ¿Son ellos pequeños o somos nosotros los gigantes?. Las peripecias de Gulliver no fueron para el socarrón de Swift sino un modo indirecto de satirizar los hábitos y los prejuicios de la sociedad de su tiempo. Aquellos que contemplaron los falsos vestigios diseminados por Simonds pudieron sentirse, quizás sin saberlo, como el arqueólogo que trata de recomponer por primera vez el frágil puzle de una civilización desconocida, y aunque no solemos reparar en ello, también nuestra arquitectura, nuestras ciudades hablan, y mucho, de nuestro modo de vida y de nuestros valores. Por desgracia, todas las megalópolis se parecen; lo singular y lo autóctono quedan arrinconados en lo pequeño. El pintor Manuel Garcés Blancart (Córdoba, 1972) ha convertido la ciudad en el objeto de una serie de lienzos de enorme tamaño como Ciudad Lineal (2010) o El barco del azar (2011), donde la trama urbana, en las antípodas de aquella aséptica y ordenada visión de Broadway de Piet Mondrian, presenta el plano urbano como un tejido apretado de viviendas y vías de comunicación, y cuya suma da como resultado un mosaico vibrante, salpicado de colores agridulces, imperfecto y fascinante como sin duda también nuestras ciudades lo son para el que tiene el valor de mirarlas desde un punto de vista lo suficientemente abierto.
La ciudad es como un barco en mitad de la tempestad, un lugar en el que vigilar las situaciones azarosas de la vida y las circunstancias impredecibles de la existencia. La fortaleza que nos protege de las olas de lo irracional y se presenta como un escudo ante el aliento indómito de la naturaleza.
Manuel Garcés
El barco de azar, Manuel Garcés Blancart, 2011 (haz click sobre la imagen para ampliarla)
También pudiera ser que todas y cada una de estas ciudades analizadas o imaginadas (o ambas cosas a un tiempo, pues esa es también la tarea del artista) estuvieran ya contenidas en esa pequeña ciudad del tamaño de un libro que Italo Calvino construyó con palabras y que se tituló Las ciudades Invisibles (1972). Entre la serie de ciudades escondidas, Calvino imaginó Olinda, una ciudad cuyo patrón de crecimiento era inverso al habitual y análogo al de los anillos de un tronco de árbol:
En Olinda, el que lleva una lupa y busca con atención puede encontrar en alguna parte un punto no más grande que la cabeza de un alfiler donde, mirando con un poco de aumento, se ven dentro los techos las antenas las claraboyas los jardines los tazones de las fuentes, las franjas rayadas que cruzan las calles, los quioscos de las plazas, la pista de las carreras de caballos. Ese punto no se queda ahí: al cabo de un año se lo encuentra grande como medio limón, después como una gran seta, después como un plato sopero. Y hete aquí que se convierte en una ciudad de tamaño natural, encerrada dentro de la ciudad de antes: una nueva ciudad que se abre paso en medio de la ciudad de antes y la empuja hacia afuera…
Italo Calvino, Las ciudades invisibles (1972)
Ciudad lineal (detalle), Manuel Garcés Blancart, 2010
En la era de la globalización de la economía, de los modos de producción y del modelo social, es más necesario que nunca que podamos devolver una mirada sobre nosotros mismos, convertidos, por obra y gracia del arte o de la literatura, en gigantes, pero eso sí, tan solo un segundo antes de que nuestra ciudad sea engullida por la ciudad que vendrá, un minúsculo instante antes de que el tiempo nos transforme, en un abrir y cerrar de ojos, en una antigua raza de pequeños ciudadanos grises y gregarios, tan demenciales como dignos de compasión, que alguna vez detuvieron su itinerario diario para contemplar una diminuta escultura de Simonds o de Cordal, y que rompieron su escala habitual perdiéndose en el interior un libro de Calvino o de un enorme lienzo de Garcés Blancart.
Remembrances from nature, Isaac Cordal, 2009
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Cómo realiza Cordal sus intervenciones
Dwellings, Charles Simonds, 1972
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¿Sólo publicas tus textos en el blog? ¿No es una escala pequeña? ¿o a tí también te gusta invertir las escalas? Saludos.
Hola Selenita,
bonito cumplido el que me haces, y difíciles preguntas (así pues, doble aplauso y agradecimiento). Veamos, he publicado alguna cosa en papel, y hay también alguna cosa prevista para el futuro, pero el grueso de lo que hago está, con diferencia, aquí. En otros lugares de la web también hay algo, pero poco, muy poco, un casi nada.
No siento estrecheces en la maquinaria: aquí digo lo que quiero y como quiero. Aquí me equivoco a mis anchas y también veo que la gente viene, lee y mira y se marcha contenta. (Los que no quedan contentos nunca dicen nada, no sé por qué.)
Ante la obra de cada uno de los artistas que aquí aparecen me siento pequeño. Mi objetivo es siempre intentar que mis palabras estén a la altura de las imágenes. A lo mejor un día lo consigo, pero entretanto sigo pedaleando…
gracias y un saludo ;)
La lectura de tu artículo en 2011, me ha llevado a la lectura de un libro muy curioso publicado en 2012: «Micrologías» de Federico L. Silvestre. Rrose, siempre abriendo puertas.
Feliz Verano.
LLego a tu blog desde el FB de Vivente Mora. Decirte que me ha impresionado la minuciosidad de este artículo y enamorado la obra en cemento de Cordal que no conocía. Gracias por presentarnos este magnífico trabajo. Un saludo
Hola Concha,
me alegra que te haya gustado. Gracias a ti por tus palabras y a Vicente por “murearme”, como suelo decir. A ver si hay suerte y un día de estos, en un paseo, nos topamos con una figurita de Cordal, quién sabe…
Saludos ;)
¿Quién o qué es más importante, el descubrimiento o el descubridor?
Bravo por Isaac Cordal, bravo por maquinariadelanube.
Una delicia.
Me voy pasando..
J
Vuelvo a este blog después de mucho tiempo sin visitarlo y me sigue pareciendo el mejor blog en español sobre la imagen, sus fantasmas y sus conexiones.
No sé si conoces las esculturas que está haciendo el otrora cineasta Santiago Lorenzo. Son también miniaturas. Y me recuerdan a las esculturas sobre las que reflexionas aquí.
Una entrada muy interesante.
Muchas gracias
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